'La humildad, toque de distinción' por Santiago Álvarez de Mon

Una vez el presidente de una empresa me comentó: "Santiago, la humildad es la virtud de los débiles". Sorprendido, dije que había que distinguir entre la inseguridad personal, la falsa modestia, un déficit de carácter, una pose superficial y aparente, y la auténtica humildad de hombres y mujeres que se reconocen limitados e ignorantes. Esta no es solo la muestra inequívoca de una personalidad sencilla y fuerte, sino el sello indeleble de una inteligencia despierta y profunda. Sirve para todo. Si las cosas van bien y el éxito te visita, no te lo crees demasiado, sabes cuan caprichosa puede ser la vara de medir de la sociedad. Si los acontecimientos se tuercen y la adversidad se pega como una lapa a tu jornada, ayuda a sortear el desánimo, relativizar, buscar el porqué de las cosas, y reanudar la marcha. La semana pasada, después de un encuentro con el Doctor Valentín Fuster, me reafirmé en la bondad de esta virtud. Le vi en el CNIC, institución puntera que dirige derrochando viajes, generosidad y afán de servicio. En muchos pasajes de su apasionante conversación la humildad era el principal argumento. Discreta y silente fluía natural en su testimonio. Dejo aquí unas breves pinceladas.


1. Papel del mentor. "He tenido la fortuna de que personas de una gran talla humana apostaran por mí. He seguido sus consejos, me he fiado de sus criterios. En el fondo he realizado un acto de fe, de confianza ciega, ellos sabían más. Por ejemplo, el doctor Farreras Valentí. No se entiende mi carrera, mi salida al extranjero sin su presencia y ánimo. Me conocía muy bien, quería lo mejor para mí". ¿Cuántos directivos conocen a fondo a sus colaboradores? ¿Cuántos jóvenes escuchan los consejos de sus mayores?


2. Tolerancia al error. "En mi trayectoria no han faltado equivocaciones, fallos, tropiezos relevantes. Algo no sale bien, una publicación te la rechazan… la lista es interminable". En lugar de desfondarse y abandonar, tomas nota, aprendes y te levantas otra vez. No pasa nada, la vida sigue, fuera el derrotismo y la fatalidad.


3. Equipo. "Tengo la suficiente seguridad personal, confianza en mi mismo, como para rodearme de gente mejor que yo. Alrededor mío he aglutinado a científicos extraordinarios, a médicos muy buenos, que se han integrado en la dinámica de equipos multidisciplinares". ¿Cuántos directivos pueden decir lo mismo? ¿Cuántos se abruman y achican ante el talento ajeno, refugiándose en mediocridades sumisas y predecibles?


4. Poder. Fuster ha recibido multitud de premios y condecoraciones, es doctor honoris causa por las mejores universidades, ¡ a quién no conoce y asesora este español universal! Director médico del hospital Monte Sinaí, en Nueva York, compagina este cargo con diferentes proyectos relacionados con el bienestar y la salud del ser humano.
Interrogado por la fama, el estatus, los halagos, me contestó con naturalidad y rapidez. "Las personas que ocupan despachos importantes son como tú y como yo, iguales de frágiles y vulnerables. Únicamente están vestidos de otro modo. Son trajes que llevan, personajes que pasean. La persona es la referencia permanente. Si esto no lo tienes claro, te pierdes seguro". Sin comentarios.


5. Ciencia. Inquiriendo sobre su método para tomar decisiones, le cité a Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no entiende". ¿Cuánto hay de sexto sentido, de intuición, de misterio? Esta fue su reflexión a bote pronto: "La ciencia es extraordinariamente ilimitada. Como investigador, viviéndola profundamente, aún no entiendo como funciona el corazón. Tenemos muchas lagunas, sabemos muy poco. ¿Cómo es posible que un corazón que funciona 60 latidos por minutos no se desgaste? Se lo he preguntado a colegas, a físicos… no hay respuesta. Si alguien lo entiende que me lo cuente. Nos falta humildad para formular interrogantes para las que no tenemos una explicación plausible".


Ligero de equipaje, renovado por dentro, abandoné las instalaciones del CNIC agradecido por la oportunidad de conversar con un científico excepcional que no deja de ser una persona humilde y accesible. Este es el toque de distinción común que encuentro entre los grandes. Son llanos, normales, fáciles de trato, a diferencia de egos engolados e inseguros que se dejan encarcelar por sus guardias pretorianas. Los profesionales más decididos, sabios y humildes están en contacto directo y diario con la calle, con hombres y mujeres sufrientes y necesitados -Necesitamos muchos Fuster. En la política, en la empresa, en la universidad, en la familia-. Seríamos más sanos, productivos y felices.


Publicado en Diario Expansión 22/02/2012

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