'UN PAÍS DE LLORONES' por Santiago Álvarez de Mon

Hace cuatro años en esta misma columna escribí sobre el optimismo. Entonces ya se avistaban los nubarrones que han desencadenado la actual tormenta. Me acompañé de una persona extraordinaria, Helen Keller, sorda, muda y ciega. "Si a pesar de mis privaciones soy feliz, si mi felicidad es tan profunda que se convierte en una filosofía de vida, resulta que soy una persona optimista por elección". No es difícil imaginar porqué recurro a ella. Lo peor no es la entidad real de nuestros problemas, muchos y graves, sino el ambiente de pesimismo que se respira. Lea el periódico, encienda la TV, escuche la radio, dígame cual es el tono predominante de noticias y reportajes. A partir de una realidad preocupante -las cifras de paro están ahí, el drama tiene nombre y apellidos concretos-, la opinión se desliza hacia presagios escatológicos. Como un calabobos pertinaz la conversación pública influye en nuestras conversaciones privadas. Revise la lista de encuentros, relaciones y diálogos de esta temporada. ¿Cuántos tienen una tonada tristona y aprensiva? La pérdida de brío y confianza, la crisis psicológica se ha ido instalando paulatinamente entre nosotros.
¿Sugiero mirar a otra parte, minimizar los desgarrones personales, obviar la tragedia de muchas familias? No, desconfío de pócimas balsámicas que se limitan a aliviar el escozor de heridas frescas y profundas. Vuelvo a Keller. "Mi optimismo no es una dulce e irrazonable satisfacción. Conozco bien la maldad del ser humano. Mi optimismo no descansa en la ausencia del mal, sino en la creencia de que el bien prevalece al final". El problema del pesimista es que acaba teniendo razón. Visionario y futurista, con su actitud negativa coadyuva a perder un partido sobre lo que ya pronosticó que no había nada que hacer. Precisamente porque estamos mal, porque el partido está complicado, es crítico elegir una mirada optimista pegada a la dura realidad.
¿Razones para la esperanza? Una muy real, sin necesidad de actos de fe. Hay instituciones y personas a las que les va bien. Estas mismas páginas de EXPANSIÓN se hacen eco periódicamente de profesionales que han percibido oportunidades donde otros solo veían problemas. Europa es otro motivo. Pese a su artritis y cansancio, no podemos despreciar el caudal de prudencia y aprendizaje que su historia atesora. En lugar de abrazar el euroesceptismo, los extremos ideológicos se tocan, somos unos de los países más europeístas. Necesitamos los EEUU de Europa; cuanto antes, mejor. A paseo la pérdida de soberanía nacional. Más Europa es la solución, no el problema.
Nuestras empresas son otra fuente de ilusión. La salida al exterior de las firmas del Ibex, su presencia desacomplejada en las grandes ligas internacionales no es casualidad. Hay mucho talento y trabajo detrás de esa expansión. También hay que confiar en nuestras pequeñas y medianas empresas. Desde su experiencia y saber muchas se han dado cuenta de que hay que salir al extranjero, italianizarse, aprender márketing, venderse mejor.
Ninguna empresa se entiende sin el esfuerzo descomunal de hombres y mujeres que se abren paso en sus carreras profesionales a base de codos e inteligencia. La crisis está acelerando y profundizando la dimensión multicultural del directivo español, asignatura tradicionalmente suspendida. Muchos jóvenes también son un factor de aliento. Advertidos de los errores del pasado, en gran parte debido a la debilidad de sus mayores, incapaces de educarles en la disciplina y el mérito, van tomando nota. Los más vagos y violentos se limitan a despotricar del sistema, pero los más se están poniendo las pilas.
Cada persona, en su irrepetible individualidad, si se empeña, es argumento para el optimismo. La crisis nos invita a indagar sobre nuestro ser y condición. Víctor Frankl sugirió que así como se erigió la Estatua de la Libertad en la costa este, en pleno Manhattan, debería alzarse otra sobre la responsabilidad en la costa oeste del pacífico. Sin la segunda, la primera se exhibe ufana y gritona, hablando solo de derechos. ¿Alguna responsabilidad tengo en la crisis? ¿En algo me he equivocado? ¿Qué he aprendido? ¿Puedo elegir otra actitud y reaccionar? ¿Confío todavía en mí?
Desde la autenticidad de nuestras conversaciones más íntimas, deberíamos ser más selectivos, y en lugar de entregarnos a la causa ruidosa y contagiosa del fatalismo, buscar interlocutores que hablen y vivan en otro dial. No es tiempo para llorones victimistas, sino para personas curtidas, alegres, inteligentes, perseverantes y humildes que exprimen el regalo de vivir. Como dice el poema: "No llores, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas".

Publicado en Diario Expansión el 23 mayo 2012

Comentarios

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 25

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 26

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 27