28.06.2015... Vivir el Ahora!

Hemos llegado al domingo dejando atrás una de esas semanas que, como casi todas, pasan a gran velocidad. Pero tal vez haya sido una de esas semanas en las que, por determinadas circunstancias,  me ha dejado tiempos para pensar.

Y tal vez ese haya sido, principalmente, también una de las oportunidades que más me haya brindado el volver a terminar, nuevamente, el fin de semana en esta tierra nuestra que es Minaya.

Si hay un lugar, en todo el planeta, que consigue encontrarme momentos para reflexionar y pensar, sin duda es Minaya.

Minaya, mi pueblo, me ofrece sus caminos, que los he hecho siempre míos; sus campos y su cielo, las estrellas y el sol, su olor y sus rincones; mi familia y mis raíces, la tranquilidad y el silencio, la banda sonora de que provoca el cantar de los pájaros; esa lentitud que provoca versos. Minaya me ofrece momentos de quietud y momentos de vida; me ofrece ser consciente del instante o, simplemente, elegir la inconsciencia.



Es ahí, bajo esos cielos azules que abrazan el oro de esa tierra, dónde llego a conclusiones, más o menos acertadas, que luego se plasman en estos papeles o en esos consejos varios en las sesiones de #coachinDVida.

Ha sido un fin de semana poético, familiar, envuelto en esos libros que son parte de mi vida. Tal vez la única ocupación diferente, pero encantadora y llena de paz, ha sido el riego del pequeño huerto y poder contemplar cómo cada planta va creciendo, floreciendo y, en algunos casos, dejándonos ver ya esas pequeñas hortalizas que cuando crezcan disfrutaremos. Esos ratos me llenan de tal consciencia momentánea y pureza que, cuando a partir de mañana, en el alboroto de Madrid, pienso en ello, dan ganas de salir corriendo y volverme en el instante.

Salí a correr un poco ayer tarde, por esos caminos, y pude contemplar nuevamente esa obra mística que es el anochecer. 

Durante la carrera me permití, creo que erróneamente, repasar algunos temas del día a día, del mañana. Analizar algunas cuestiones que, aún sin preocuparme, me hacen sentir molesto por el comportamiento ajeno. Actuar conforme a lo que uno cree se hace difícil cuando el resto no comparte las mismas reglas de juego.

Según trotaba por esos caminos, he sentido cómo mi mente luchaba por olvidar todas esas cuestiones que se agolpan buscando una respuesta que, sin duda, en ese momento majestuoso, estaba incapacitado para dar.

Decidí detenerme un momento. Miré el camino, el largo camino, y fui incapaz de ver su final. Sólo se puede contemplar perfectamente aquello que nos rodea en el momento. ¿Por qué preocuparme por lo que no veo?
¿Y si nos dedicamos a mirar por dónde pisamos, en vez de adivinar cómo será el camino más adelante?
Si ahora en vez de mirar, nos distraemos en la lejanía, podemos tropezar y caer. Podremos lesionarnos y no ser capaces de seguir avanzando, o hacerlo lentamente.
Pensar en más allá nos distrae.

Así que volví al ser, al presente.

No pensar en mañana y vivir hoy: ha sido el argumento que me ha acompañado todo el fin de semana. 

Solemos dedicar demasiado tiempo en pensar qué ocurrirá mañana y dejamos de vivir hoy.

El futuro siempre es incierto, es algo que nadie puede predecir por mucho que nos empeñemos. Ni siquiera sabemos si mañana viviremos para sentarnos aquí, como ahora, a escribir algunas de estas estupideces, tonterías o, simplemente, pensamientos varios que desean vagar en libertad.

Vivir el presente, ser conscientes de nuestro momento y dejar de deshojar margaritas, en busca de respuestas a un mañana que sólo el Eterno sabe si existirá.

La vida es simplemente eso: este instante, este momento.

Últimamente hablo con muchas personas que sienten preocupación por su futuro y sufren. Algunos sufren preocupados por el futuro de los demás, normalmente de esos que les importan o quieren. 
A mi me ocurre muchas veces y creo que por ello cada vez reflexiono más sobre esto.

Cuando nos embarga la preocupación sobre algo futuro, que no sabemos si será de una u otra manera, dejamos de vivir en los momentos presentes.

Hace años sufrí una experiencia así y creo que por eso cada vez aconsejo más el tratar de disfrutar el presente sin preocuparnos por el qué pasará mañana. En aquél momento pase un par de meses esperando algo que sabía llegaría más tarde o más temprano. Parece que mi mente prefería  pensar que podía no llegar. Lo cierto es que no había ningún motivo para tal negatividad. No viví, no disfruté y, lo que es peor, hice que los que me rodeaban también se preocuparan en demasía por una situación mental mía. 
No supe vivir el momento y lo perdí.

¿Cuántos momentos perdemos? ¿Cuántos instantes presentes de felicidad con los nuestros, con nosotros, por preocupaciones futuras?

Es una estupidez. Si algo tiene que pasar, pasará. Si es bueno, fantástico; si no lo es, en ese momento se buscaran las soluciones en caso de que existan.

Vivamos hoy pues. No dejemos de vivir el ahora.

Y así... terminamos esta semana, ahora.

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