18.09.2016... Sobre escribir.

Sí, nos terminan las semanas como los días. Los días que terminamos son como metas a las que llegas triunfante; los días que comenzamos son esos trofeos que la vida nos ofrece.

El trabajo se amontona e intensifica, los proyectos van y vienen, la etapa de viajes ha comenzado y la vida se va literalizando y poetizando al ritmo que le marcamos, construyendo momentos que buscan, entre tanta marea, la pureza del espíritu.

Hoy no he tenido una de esas salidas running largas, de domingo. Me faltaba el compañero y las piernas se resentían de la semana. Un trote suave, disfrutando del sol del medio día, me ha quitado el 'mono' running y me ha permitido reflexionar sobre los días que vienen.

Ayer volví de Barcelona, esa ciudad que me fascina, que entre labores de la fundación y el coaching trato de disfrutar, vivir, conocer y recorrer. Una simple caminata junto al mar, un paseo entre ese azul inmenso, de una diversidad incansable que parece llenar todas las horas, suficiente para atrapar versos a cada paso y descubrir que la vida puede estar en una simple sonrisa o en el brillo de unos ojos que se dejan ir en esa mezcla de viento y salitre.




El mar produce una calma que sólo aquellos que tienen el privilegio de habitarlo, conocen. Una calma tan profunda como la que produce el escribir. 

Dicen los que escriben que escribir calma; yo lo digo y lo siento. Escribir calma la mente y calma la vida. Escribir consigue despojarte de miserias y abrazar sentimientos.

Escribir es reflexionar sabiendo que, a veces, ese reflexionar te cabrea, te remueve, te enfada. Pero sigues escribiendo hasta que llega la paz que esperas y deseas. Sólo el correr consigue sensaciones parecidas.

Vuelvo a viajar en tren. Casi todas las semanas en este mes me tocará hacerlo así, exceptuando uno de los destinos a los que sólo puedo viajar volando.

Cada vez que subo al tren y tomo asiento, comienzo a reflexionar, sin darme cuenta, sobre el hecho de escribir. Pensaba estos días, viajando, en cuántas páginas se habrán escrito en las estaciones de tren, en esos andenes de espera; o en los asientos de los vagones mientras se llega al destino. ¿Cuántos pensamientos? ¿Cuántos libros? ¿Cuántas páginas olvidadas? ¿Cuántas vidas?

El tren siempre me inspira literatura, poesía, tanto como el campo o el mar. Dejarte llevar por ese ritmo del coche mientras coge velocidad sobre los raíles; contemplar un paisaje en movimiento, rápido, que nos avisa del pasado del tiempo. Dejarte enganchar por la vida mientras el sonido de las traviesas te adormece.

Todo escribir tiene una excusa, aunque la excusa sea la más simple iniciación en el encuentro con uno mismo.

Las palabras que dejamos caer en las páginas, en ocasiones no son lo que pensamos. Esos pensamientos se van agotando en el camino, perdiendo en el olvido o, simplemente, aparcados a la espera de una mayor madurez. Otras veces, las muchas, ni siquiera somos capaces de encontrar las palabras justas, capaces de transmitir lo que deseamos.

A veces no se escribe lo que se quiere, tampoco lo que se puede. Otras escribimos sin pensar lo que escribimos o, simplemente, escribimos lo que nosotros mismos nos hablamos.

Pero seguimos escribiendo. Escribimos llenando los días. Fechando nuestro calendario vital con palabras. Unas palabras, muchas veces absurdas y sin sentido, que queremos ir recogiendo con la prisa de la memoria que se va.

La escritura retiene nuestros días, no deja que se escapen como si nada, lucha contra ese olvido que sin duda llegará.

La escritura nos obliga a autoconocernos porque cada anotación cobra un sentido para quién lee. En todas estas notas se queda el tiempo, mi tiempo. 

Qué mejor para terminar los días.

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