09.08.2017... Semblanzas de Verano VIII: seguir escribiendo, seguir creando!

Ando estos días, entre arena, toalla y hamaca, releyendo por última vez el libro que, si nadie no lo remedia, publicaré en el mes de septiembre, ‘Silenciando el camino’. Son algo más de 700 páginas en las que, de alguna forma, se amontonan mis pasos de estos últimos cuatro años; mi caminar.

Mientras me leo, tras haber escrito unas líneas esta mañana en otro de esos cuadernos, me pregunto lo que me pregunto sobre todo lo que hago: ¿para qué escribo?

La verdad es que no tengo muy clara la respuesta. 

No sé para que escribo ni siquiera estas líneas, porque realmente tampoco lo hago con la pretensión de que nadie las lea.

Pero entonces ¿para qué escribo?

Creo que escribo como desahogo pero, por qué no decirlo, escribo para entenderme a mí mismo, para saber quién soy, para darme cuenta el primero si me equivoco o, simplemente, para recordarme.



Leyendo mis páginas, mis pensamientos y reflexiones, mis días anteriores, además de sentir como una especie de punzada cada vez que uno es consciente de las estupideces que puede llegar a anotar, también me siento y veo en cada línea como esa parte de mí, como ese proceso creativo que significa el trasladar a unas páginas lo que piensas y sientes, lo que ves en cada instante.

Tal vez, entonces, más allá de todas estas razones, escriba porque me gusta y porque me de la gana. es la respuesta más eficaz.

Antes de finalizar el curso, en junio, a un cliente que solicitó unas sesiones de coaching para, fundamentalmente, tratar de recomponer su vida y encontrar su camino, le pedí, en primer lugar, que escribiera, que escribiera cada día sin parar todo lo que le viniera a la cabeza a cualquier hora. “Pero yo no sé escribir”, me contestó. “Podemos escribir como pensamos, escribir sabemos todos; gramática, estilo y ortografía, solo saben unos pocos. Escribe amigo.”, le dije.

El otro día me escribió un correo diciéndome que se encontraba mejor, que me había hecho caso y que había llenado dos cuadernos. Me decía que le estaba sirviendo para ordenarse, para sacar de dentro sus pensamientos e ideas. Que en septiembre nos veíamos y retomábamos las sesiones.

Le noté diferente.


No es fácil, pero eso es escribir.

Enfrentarse al día a día, con un cuaderno y una cámara es algo que en determinados momentos provoca cierta ansiedad. Es una ansiedad creativa, ajena al estrés diario provocado por los malabares de nuestras exigencias. 


Simplemente es buscar la palabra, el pensamiento, la imagen que quieres captar y guardar en esa bitácora que va consumiendo tu tiempo, reposando cada instante para el recuerdo. 

Todo lo que nos rodea es bello si somos capaces de mirarlo. Lo perfecto existe en la mirada de cada uno. 

La armonía, el compás de los sonidos o el silencio se multiplica instantáneamente si somos capaces de parar y ser conscientes del presente que nos rodea. 

La percepción de cada uno, la mía, queda anotada en mis cuadernos y, en ocasiones, en la lente de una cámara fotográfica.

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