17.12.2017... Rarezas de diciembre!

Tiempo hacía que no llegaba al final de la semana tan cansado y, posiblemente, intoxicado de excesos varios. 

Parece que uno llega a estas fechas prenavideñas y todo es comer y beber, alejarte de lo sano y ocuparte de lo insano incluso en lo mental.

Llegué ayer de Barcelona, esa hermosa y bella ciudad de España a la que el tiempo me lleva de vez en cuando. Siempre que piso Barcelona, me empapo de un sentir poético-urbano que pocas ciudades me provocan.  Me llena su luz, su vitalidad y, por qué no decirlo, su elegancia artística.

Se encuentra ahora en período electoral, que concluirá en próximo día 21, y parece se tiñe de una especie de color siniestro, del que solo los que sabemos realmente de qué va o lo que supone, nos impregnamos de él. 



Nada es como parece desde fuera y todo puede ser más si se contempla en profundidad.

De Barcelona siempre me traigo momentos muy especiales. Esta vez ha sido ese paseo en un mercadillo navideño, bajo la inmensidad de la Sagrada Familia; el encuentro con Pablo Casado y Adolfo Suárez Illana; el sentir del viento frío, mientras recorres las calles del barrio Gótico; o, también, las reuniones profesionales que te hacen pensar que algo haces bien, más allá del privilegio, que ya es, de engancharte a ciudades así.

Nunca había contemplado detenidamente la Sagrada Familia. Lo hice de noche y también al levantar, en ese primer café. Más allá de creencias o ideologías, el esplendor y la belleza, la máxima expresión del arte que representa, para cualquiera con una mínima sensibilidad, le asombrará cada vez que contemple. Gaudí fue uno de esos genios de los pocos que ha dado, hasta el momento, el universo. La creatividad del hombre, bien utilizada, no tiene límites.

Y anoche, tras un día demasiado cargado de tensiones emocionales, la tradicional cena de las empresas en las que participo a nivel privado. Sentir proyecto, sentir equipo, sentir los aciertos en las personas, es signo de gratitud. No todo sale como quieres, pero lo que es cierto es que sin equipo, sin confianza, nada podría ser igual.

Hacer las cosas bien, o hacerlas mal, es algo que solo depende de nosotros. Cada día se aprende algo nuevo, incluso de nuestros actos.

Quien no espera nada de la vida siempre tiende a sorprenderse. Quién lo espera todo termina, irremediablemente, envuelto en frustraciones.

Son tiempos estos en los que te parece que todo aquel que te rodea se encuentra mejor que tú, pero no es verdad. Simplemente ves aquello que no quieres ver o te ciegas ante lo verdadero.

Siente uno, en estas fechas, frío interno y no sabe bien por qué. Son, posiblemente, estos días pesimistas que suelen engañarnos en navidad. Esos días en los que repasas y te quedas más en los errores que en los aciertos. Tal vez es que los aciertos siempre van acompañados de alegrías y compañías, en cambio los errores te dejan solo entre mil y un pensamientos.

Son días de ansiedades. De agobios provocados por, fundamentalmente, nosotros mismos.

Días en los que, más allá del encuentro festivo, te agotas en el lado oscuro de las cosas.

No podemos pretender que los demás sean como nosotros queremos que sean. Debemos valorar aquello que es cada uno, independientemente de que nos guste más o menos. Intentar ir al más allá interior, hasta dar con lo más importante que puede ofrecer una persona y que, normalmente, casi siempre, es el corazón.

Trata uno de llevarse consigo los corazones de las personas, como si fueran pequeños balones, para guardarlos en un cajón que abrir en momentos en los que necesita sentir que es mucho más que un calcetín anudado al pie que camina.

Quisiera escribir más pero el cansancio provoca la descomposición de las neuronas del cerebro. 

Estos días he aprendido que no siempre las palabras son poesía, a veces uno habla y golpea sin pretenderlo a quién menos lo merece.

Así que, terminemos el día... bailando!!


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